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La fragilidad de la vida: Frozen River

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He de reconocer que suelo sentir una profunda aversión visceral hacia el cine independiente norteamericano (el dichoso Indie), tan de súper moda en círculos intelectuales y en videoclubs súper alternativos. Detesto que algo circunstancial se transforme en un género propio, pero hay que admitir que gracias al Indie, hemos podido ver unas cuantas joyas cinematográficas maravillosas, entre ellas la demoledora Frozen River (2008).

La película de Courtney Hunt nos retrata la historia de dos mujeres desesperadas que pasan inmigrantes ilegales de Canadá a USA. Ray, ama de casa con dos hijos, lleva años ahorrando para comprarse la casa de sus sueños, pero su marido les abandona llevándose todo el dinero. Completamente arruinada y prácticamente sin dinero para comprar comida, conoce a Lila Littlewolf, una mujer mohawk un poco trastornada que le enseña una manera de conseguir dinero fácil, atravesando el inmenso y helado río Saint Lawrence.

Abrazados por un ambiente casi post-apocalíptico, gélido y enervantemente estático, se nos narra un cuento desesperado que aterra porque es real, porque es algo que ocurre y que nos puede estallar a todos por un inesperado mazazo sobre nuestra vida. No necesitamos ver como duerme la gente entre cartones en el interior de un cajero con una botella de JB al lado. Da más miedo que eso, porque la desesperación de Ray y Lila transcurre dentro del propio sistema, entre supermercados, bingos y colegios, en un lugar en el que no puedes dormir en la calle porque hace mucho, mucho frío.

Además del drama individual de las dos protagonistas, vemos un drama social generalizado que desde hace tiempo viene azotando, irónicamente, el país más rico del mundo: el declive de la clase media. Y aunque también se nos muestra seriamente el drama de la inmigración ilegal, éste se utiliza sobretodo para enseñarnos lo irónico de la situación:

LILA:
Los cabezas de serpiente pagan para traerlos,
y los ilegales trabajan para pagar la deuda.

RAY:
¿Cuanto cuesta traerlos?

LILA:
40, 50.000… depende de donde vengan. A veces
tienen que trabajar durante años para pagarlo.

RAY:
¿¿Para venir aquí?? No me jodas.

Lo primero que puede seducirnos de Frozen River es el variado tono de su trama. Es un drama salvaje, pero también un poderoso Thriller. A veces incluso parece un documental, y otras una película del neorrealismo italiano (muy entretenida además). Eso le da una necesaria complejidad emocional a la historia, a pesar de ser, aparentemente, una película muy sencilla. Como la vida misma.

También nos seduce (y mucho) el trabajo de las dos actrices, interpretaciones que nos despellejan vivos por su absoluta fuerza y naturalidad. A través de ellas te lo creerás todo. Juntas hacen que el final de la película sea tan precioso.

Frozen River, sin embargo, brilla por su despiadada sensibilidad y realismo. La historia se siente y hace vibrar, es demasiado cierta, demasiado normal. Son pocas las películas que han llegado a un nivel semejante de autenticidad, tanto en la visión de un suceso como en la materialización de personajes; sin poesía barata, ni sensiblería americana. Está filmada con ternura y talento, como si vieras la vida a través de una ventana sin cristal. Hace frío, y te desnuda.

El placer de vivir: El Libro de la Selva

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Hace unos días, volví a reencontrarme con éste clásico Disney de 1967 cuya fuerza olvidé al marginarla como mero recuerdo de la infancia. Pero ahora, el shock salvaje que me ha provocado esta película me obliga a escribir una merecidísima reseña.


(Casi) Todos conocemos ya la trama de El Libro de la Selva, las aventuras de un joven Mowgli a través de la inhóspita selva, acompañado por un oso vividor y una pantera rancia con el fin de llevar al niño con los humanos y salvarlo así de una muerte segura a manos de un tigre diabólico. ¿Típica historia Disney? Pues no.


No recuerdo ninguna otra cinta de la monopólica factoría que posea semejante contenido moral, idealista y filosófico. Y mucho menos, narrado con tantísima lucidez. No me he fumado un porro, no veo colores en el blanco y negro; cada diálogo y situación lo confirma con transparencia, se ve y se entiende sin pensarlo. Para un crío normal, El Libro de la Selva es un auténtico orgasmo de imágenes fastuosas, música a tope y frenesí, algo así como zamparse 20 sugus y 50 lenguas pica pica montado en la Rana de la feria. Para un adulto (sensible), es eso y mucho más, una lección de vida.


Durante toda la película, asistimos a una duelo maravilloso entre la optimista y drogada filosofía de vida del oso Baloo y el exasperante sentido de la responsabilidad de la pantera Bagheera. Un duelo que resulta maravilloso porque nos confirma la grandeza del equilibrio que se da entre la existencia plena, sencilla y epicúrea del vividor, y el necesario saber hacer de la frialdad mental del práctico. Vivir sólo del placer puede matarte, pero vivir severamente sin disfrute puede transformarte en zombi. Como si de un teatro se tratara, el oso y la pantera preparan (sin saberlo, pues no dejan de discutir) al joven Mogwli para la madurez. El refrán “cada oveja con su pareja” de El Libro de la Selva, no lo debemos entender mal: la obsesión de la curiosa pareja por llevar a Mogwli con los humanos no forma parte de un cristiano mensaje de limitación y catalogación. En absoluto, se trata sencillamente de destruir las falsas ideas modernas de que la selva (la naturaleza en su estado más puro) es un jardín de flores cantarinas que podemos manejar a nuestro antojo. El mensaje ecologista está muy presente en ese discurso, obviamente, pero construido muy lejos de las modas green actuales, mostrándose como una verdad tan clara y necesaria que su comprensión no puede estar sujeta a excusas.


El Libro de la Selva, por suerte, no es sólo eso. Debemos mencionar dos aspectos cinematográficos que hacen que la película de Wolfgang Reitherman sea una producción brillante: su narración y la banda sonora. La dirección es exquisita, no sólo nos expone una película elegantísima, si no que también la hace arrolladoramente entretenida, apoyada sobre un divertido guión muy práctico que no se pierde jamás en gilipolleces (uno de los grandes pecados que siempre comete Disney, la dilatación innecesaria) y que nos presenta la historia de forma rápida, sencilla pero también profunda, sacando todo el jugo posible a la efectiva estructura de La Divina Comedia que, a través de un guía nativo, le presenta al protagonista un mundo y unas ideas construidos mediante una serie de situaciones y personajes simbólicos muy concretos (la serpiente tentadora que confunde, los elefantes militares robóticos, los buitres tristes, el oso profeta, los monos avaros y mentirosos...).


Todo este pack se completa, finalmente, por una banda sonora que es gozo absoluto, el descontrolado hervidero de vida en una selva que nunca calla. La exótica partitura instrumental se mezcla con unas canciones frenéticas de ritmos alocados sabiamente al cargo de maestros como Louis Prima, Pat O’Malley o George Bruns. Con inspiradoras letras que, al son de rock, blues y el jazz más movido, crean este placer desatado que complementa a una narración práctica, la puntita final de ese equilibrio grandioso que acaba siendo El Libro de la Selva.



Cine puro.




Para reírse mucho y bien: Lluvia de Albóndigas.

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Hace ya unos años, el fallido documental Super Size Me dio pie a un número considerable de películas que criticaban la obsesión por la comida basura y los hábitos alimenticios de occidente. Algunas mediante el análisis más serio, otros con un toque de comedia. Ninguna de ellas, sin embargo, alcanza ni de lejos el lúcido descaro de esta pequeña joya de animación gástrica que nos ha regalado (sorprendentemente y sin ser Pixar) la otra gran McDonald's: Hollywood. Basándose en el cuento fantástico de Judi Barrett, Lluvía de Albóndigas (cuyo título original por desgracia se perdió en la traducción: Cloudy with a Chance of Meatballs) nos ofrece una trama típica de superación personal y niños frikis marginados en plena crisis existencial, abrigados por la decadencia en auge de los valores de una sociedad que se pirra por la rapidez y el mínimo esfuerzo. Flint, un joven científico obsesionado con inventar algo que funcione y le haga famoso, ve la oportunidad de éxito cuándo su diminuto pueblo se sume en la miseria tras el cierre de su única fuente de ingresos: la manufactura de sardinas enlatadas. Tras años de monótono menú a base de excedentes de sardinas, Flint creará una súper máquina capaz de transformar, de forma instantánea, el agua en cualquier clase de comida, así como transformar la estabilidad atmosférica de la Tierra en la mayor catástrofe que el ser humano haya concebido jamás.

Con semejante argumento en manos de talentosos profesionales, no es de extrañar que los prejuicios que uno pueda tener vayan disipándose por completo minuto tras minuto de metraje. Los directores y guionistas Phillip Lord y Chris Miller dan con la forma perfecta para estructurar el mejor y más contundente discurso crítico proyectado en un cine sobre la comida basura y otras muchas cosas íntimamente ligadas al consumo en exceso de productos rápidos. Claro que podría haber sido más contundente, pero Lluvia de albóndigas (por suerte) no es como las amarillentas películas de Michael Moore; es un espectáculo de masas, y la mejor manera de educarlas es dándole lo que quieren (o creen querer): acción y aventura.

Asistimos, por tanto, a un espectáculo épico de elaboradas maravillas visuales y movido ritmo. Poco a poco, los hilarantes gags pasan de la risa a la carcajada limpia, homenajeando y ridiculizando los tópicos más célebres de las películas de acción y catástrofes (Twister, Indepence Day, Armaggedon, Dante's Peak...) con notable inteligencia y una elegancia que se mantiene hasta sus preciosos títulos finales. En nuestra memoria quedará para siempre el terrible estreno mundial de una novata chica del tiempo y el necesario cachondeo posterior.


Y muchos se preguntan, ¿Qué la diferencia de una de Pixar? Pues su falta absoluta de pretensiones artísticas y su brillante parecido a lo mejor del cine de los 80. Claro que podía ser aún mejor, no es una película perfecta y tiene momentos de pura emoción yanqui, pero consigue que nos riamos muchísimo de nosotros mismos. Y viendo como anda el panorama, es un gustazo muy sano.

Es una pena que se la pueda menospreciar por su carencia absoluta de seriedad ante un tema social realmente preocupante y por su pésima campaña publicitaria, aunque poco importa, porque Lluvia de albóndigas se dirige a un público más bien infantil que asimilará a la perfección las tajantes premisas de la película. Y con el tiempo, quizá esa generación empezará a mirar todo lo que tiene y cuánto le rodea y entenderá que nada de eso cae del cielo, que el paraíso no existe, y que si lo manufacturamos será siempre pagando una salvajada, a plazos y con asquerosos intereses.

Microcosmos (le peuple de l'herbe)

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Desde hace más o menos una década, los documentales de naturaleza han sido marginados a las tardes de domingo para inaugurar una deliciosa siesta. Cuando pensamos en ellos, nos viene a la cabeza la serie de National Geographic o los documentales del canal Odisea, a los que acude mucha juventud para acompañar sus sesiones marihuanescas. Pero existe todavía una extraordinaria fracción de los documentales de naturaleza que sobrevive tímidamente al sobresaturado género televisivo: los cinematográficos. Será por su notablemente más caro coste de producción (qué solo es posible afrontar cuándo se tienen realmente muchas ganas) lo que seguramente haya propiciado la creación de documentales cuya función no es únicamente mostrarnos una realidad natural y científica, si no ir más allá de la clasificación latina y adentrarse en los profundos y peligrosos límites de la belleza y la poesía. Usar la evidencia científica y biológica para apoyarse en un ensayo profundo (a veces incluso filosófico) sobre la vida y sus formas, fascinándonos sin remisión ante una realidad que se transforma en magia. Estos documentales son el giro de tuerca del género, una visión casi mística de la sofisticada vida “primitiva” que nos ayuda a entender y amar aquello que nos rodea y que siempre ha estado allí, y no por obligaciones ecologistas, ni por respeto, si no por la sencilla y humilde fascinación que debe atraparnos al contemplar la hermosa y cruda realidad de la vida descontaminada de todo atributo superficial. Cómo dicen muchos, la belleza de lo práctico, de lo que “es” porque no puede ser de otra forma.

Deep Blue, Nómadas del viento, El viaje del Emperador o incluso las series de tv Planeta Tierra y Naturaleza Salvaje, son algunos ejemplos extraordinarios de hacer CINE con unos actores y decorados tan perfectos que la mano del hombre no podrá superar jamás. Ninguno de los títulos anteriormente mencionados, sin embargo, alcanza la belleza poética de una pequeña obra de arte filmada en 1996 en manos de una pareja de lúcidos biólogos y cineastas que captaron con sensible paciencia la explosión de vida que se da en una diminuta parcela de campo del pre-Pirineo francés: Microcosmos (le peuple de l’herbe).

Mediante una serie de novedosos y apabullantes procedimientos técnicos (merecidamente galardonados con el Technichal grand prize del festival de Cannes y 5 premios César), Claude Nuridsany y Marie Pérennou filmaron al detalle la vida en “miniatura” absolutamente en todas sus facetas, trasladándola (quizá sin pretenderlo) al terreno filosófico de la esencia de toda vida, incluyendo, naturalmente, la humana. En Microcosmos se nos divide la existencia en capítulos de una sencillez muy agradecida. Vemos el Amor materializado en la cópula entre caracoles, la eterna Lucha en el combate de escarabajos, el Crecimiento en la lenta evolución de la vegetación, la Muerte y el Caos en la catastrófica tormenta de lluvia y viento… ; todo envuelto por una visión realmente cinematográfica de los acontecimientos, utilizando todos los recursos narrativos del cine (guión, luz, sonido, música, planos, enfoque y montaje) perfectamente calculados para ofrecernos un espectáculo épico sin precedentes (y sin trampa).

Y es que, al margen de sus pretensiones temáticas, Microcosmos es también un filme poderosamente entretenido, estructurado como la clásica historia de vidas cruzadas con un reparto coral de fascinantes y preciosos personajes. La excelente y sugestiva calidad estética de la película se da en gran parte por su exquisita fotografía, una cámara prodigiosa (se llevaron las técnicas de fotografía macro a sus últimas consecuencias) y por la memorable e insólita banda sonora compuesta por Bruno Coulais, que termina de dar el toque necesario para que Microcosmos, entre muchas otras cosas, sea un verdadero cuento de hadas. También cabe destacar el montaje de F.Ricard y M.Yoyotte, que lograron (y de qué manera) dar orden a las docenas de horas filmadas de este crisol natural regalándonos una película entretenidísima, y el diseño sonoro de Bernard Leroux porque, y esto bien sabido, nunca antes en toda la historia del cine una película documental se ha oído como ésta; no sólo vemos a las criaturas tan grandes como gigantes de película de aventuras, sino que los oímos pisar y respirar como tales.

Microcosmos es un baile continuo, una danza que pasa de la vida a la muerte, de lo vistoso a lo feo, del sexo al asesinato, de lo corriente a lo exótico…, bajo una mirada que lo observa todo con naturalidad y comprensión, que sabe y nos hace saber que la vida es todo eso y más, y que parte de su belleza reside en la diferencia y la variedad. Microcosmos nos demuestra tajantemente que en la sencillez de lo práctico puede residir la más arrebatadora de las bellezas, una magia muy real que cautiva con una premisa que nos llena de necesario optimismo: que la vida, como el amor, se alimenta de sí misma, y que no tiene otra finalidad que perpetuarse de una forma imparable e infinita.

Aquí os dejo una bellísima escena de la película con su banda sonora.

Fe, comercio y machismo: Las hermanas de la Magdalena (2002)

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“En la Magdalena tenemos una filosofía muy sencilla. A través de la oración, la limpieza y el trabajo, las que han caído pueden volver a Jesucristo nuestro Salvador. […] En nuestra lavandería no sólo hay ropas y sábanas, sino los medios necesarios para limpiar vuestras almas y para borrar todos los pecados que habéis cometido. Aquí os redimiréis, y con la ayuda de Dios os salvareis del fuego eterno… El desayuno es a las 6, se reza a las 6 y media, el trabajo empieza a las 7.” Con estas palabras, se introduce en “Las hermanas de la Magdalena” el personaje de la madre superiora, uno de los villanos (y con todo lo que su personaje representa) más logrados del cine contemporáneo. Escrita y dirigida por el actor inglés Peter Mullan, la película narra la historia real de cuatro muchachas que, en los años 50, fueron marginadas por sus familias e internadas en uno de los cientos de reformatorios cristianos en los que, mediante la esclavitud y la tortura física y psicológica, se las pretendía conducir hacia la salvación espiritual.

Con “Las hermanas de la Magdalena” nos sumergimos hasta el fondo y abismo de una pequeña autocracia religiosa establecida en una isla atemporal en forma de convento. En ella, y conducidos por 4 chicas cualquiera que representan a todas, vivimos el horror y la decadencia a las que las muchachas son rebajadas con peligrosos fines lucrativos, silenciados durante décadas y tolerados por la población. Las lavanderías en las que eran esclavizadas las muchachas, y dónde la tortura y el aislamiento eran justificados, generaban una grandísima cantidad de beneficios, y estaban protegidas legalmente por ser obra de Dios y bajo el amparo de la Santa Iglesia.

Se trata, por tanto, de una película de profundísimo contenido crítico, que no pretende únicamente denunciar la exageración perversa de la Iglesia, sino también un machismo venenoso contagiado a las mismas mujeres. Porque el mundo que juzga a las chicas que han tenido un bebé sin estar casadas, o que han tenido una relación sexual pecaminosa, o porque sencillamente tienen una personalidad dada a la seducción, es un mundo de hombres, y el mundo de mujeres (en este caso de monjas) al que son marginadas se trata de una mera continuación de esa misma tierra machista a la que tampoco pueden escapar. Las Magdalenas están condenadas, tanto dentro como fuera, y eso es precisamente lo que Peter Mullan nos demuestra con este terrorífico cuento de perversión y horror psicológico. Por suerte, Mullan se transforma en un profesor con el don del cine, y nos ofrece una auténtica lección de historia con necesarias pretensiones de crítica y homenaje moral. Y, a su vez, un producto cinematográfico arrolladoramente entretenido y fascinante, tan perturbador como austero, sin tender jamás al sentimentalismo forzado ni a las concesiones fílmicas. La historia de las hermanas de la Magdalena se nos cuenta con muchísima inteligencia, ferocidad y lucidez, amparada por un guión meticuloso en sus diálogos y situaciones, una puesta en escena efectiva y muy sugestiva, y por un reparto magnífico de actores. Cabe destacar el terrorífico personaje de la madre superiora (interpretada por una maravillosa Geraldin McEwan), que ejemplifica a la perfección la enajenación mental de algunos líderes religiosos que destruyen y diezman a las personas por su propia ignorancia y su fe hipócrita y exagerada.

El escándalo mediático provocado por “Las hermanas de la Magdalena”, que ganó el León Oro del Festival de Venecia, abrió una fuerte brecha de debate en relación a lo crímenes contra la humanidad perpetrados por la Iglesia y en nombre de Dios, facilitando, a su vez, que más de 30.000 mujeres retenidas en el pasado, se atrevieran a denunciar y declarar los abusos y vejaciones que sufrieron en los conventos de la Santa Magdalena repartidos por toda Gran Bretaña e Irlanda. La Iglesia llegó incluso a pedir perdón oficialmente por las miles de vidas y familias destruidas en estos internados cristianos, el último de ellos cerrado en el año incomprensiblemente actual 1996. En nombre de Dios o de Carmen de Mairena puede hacerse cualquier cosa. Y se hace.

Aquí os dejo una escena de la película que he extraído del dvd.

La locura en el cine: Canción de cuna para un cadáver (1964)

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Tras el éxito de público y crítica de la soberbia ¿Qué fue de baby Jane?, el director Robert Aldrich y la inmortal Bette Davis hicieron dueto nuevamente para dar forma a otra esperpéntica historia de misterio con una protagonista sumida en la más absoluta demencia. En los años 20, se celebra una gran fiesta en una de las grandes mansiones de la zona sureña de EEUU. La dulce y adolescente Charlotte, cuyo padre se ha enterado del affair de su hija con un hombre casado, encuentra a su amante decapitado y sin la mano derecha. Décadas después, Charlotte es una anciana demente, sola y marginada en su mansión por una sociedad que la ha acusó siempre por el terrible asesinato. Enamorada de su difunto amante y trastornada por unos acontecimientos demasiado siniestros para una niña, la llegada a su casa de su misteriosa prima reavivará en Charlotte los horrores del pasado y la enfrentarán cruelmente a una verdad escalofriante.

Con Canción de cuna para un cadáver (Hush Hush… sweet Charlotte), Aldrich y Davis culminaron su díptico sobre el esperpento y la locura, una joya bizárrica y exótica que no dejó (ni deja) indiferente a nadie. Si ¿Qué fue de Baby Jane? exploraba el lado más grotesco y cruel de la locura, Canción de cuna para un cadáver ahonda en su parte más dramática. Obsesionado con el Peter Panismo y la degradación visual de Bette Davis, Robert Aldrich nos presenta a una Charlotte aún anclada en la edad en la que se produjo el crimen y el eterno shock que sufrió su cerebro. Una niñita mimada de 70 años atormentada constantemente por el pasado sin posibilidad alguna de madurar ni afrontar. Odiada por todos, torturada y utilizada. Su único contacto con el ser humano es du fiel criada, en cuya extravagante y excesiva personalidad vemos reflejados los años de aislamiento con su loca ama, en una gran mansión que decae y se pudre por momentos.

Canción de cuna para un cadáver, consciente de su propia monstruosidad, fluctúa constantemente entre el terror, el drama y la comedia del humor más negro posible, sin llegar a ser ninguno de esos tres géneros. Aunque la fusión entre ellos resulta escalofriante, pues ese caos de enfoque cinematográfico aumenta en el espectador su empatía hacia la esquizofrenia de Charlotte, que es incapaz de saber qué está ocurriendo a su alrededor, hecho que se potencia con unos giros de guión alucinantes e inesperados que terminarán por confundirnos. Hay que destacar su maravilloso ambiente expresionista, que reparte sombras y luz ultra contrastada con una lucidez aterradora; técnica que se llevará al extremo para mostrarnos la mansión de Charlotte como un burbuja temporal muy siniestra y sumergida en el pasado, fiel reflejo de su misma propietaria.

La interpretación de Bette Davis es extrema y poderosa, grotesca cómo exigía su personaje. Tanto, que nos hace dudar (cómo en ¿Qué fue de Baby Janes?) de si la actriz no estaba realmente como una chota. A su lado tenemos una de las decisiones de casting más lúcidas de la historia, Olivia de Havilland (marcada para siempre como la eterna mujer buena y generosa de Lo que el viento se llevó) que interpreta con una fuerza insólita el papel de suma villana. Un cínico y burlesco Joseph Cotten y una colosal Agnes Moorehead como la fiel criada (ganadora del Globo de Oro por ésta película), completan un reparto magnífico y sobrecogedor.

Canción de cuna para un cadáver quedará entre los paradigmas cinematográficos de una forma de hacer cine que ya ha desaparecido y que merece la pena recordar alguna vez.

Aquí os dejo un pequeño fragmento de la película, la sarta de bofetadas más maravillosa que hayamos podido ver.


La vida en el cine IV: Michael Collins

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Michael Collins no podía iniciarse de otra manera: con el final de una batalla perdida. Otro intento fallido del hijo para liberarse de su padrastro. La ambiciosa película de Neil Jordan trata y reflexiona sobre la figura del líder político irlandés Michael Collins (interpretado magistralmente por Liam Neeson) y de su revolución a principios del siglo XX. Collins, cómo otros muchos, dejaron el estancado IRA por su incompetencia y se lanzaron a una serie de acciones de shock y presión hostil contra el gobierno inglés, iniciando una guerra que destrozaría Dublín y dejaría miles de muertos, además de conseguir la liberación parcial de Irlanda. Michael Collins es la historia de un hombre, pero también de una sociedad agónica.

El Imperialismo inglés, que sometió, como el español, a medio mundo, se muestra en la película como un personaje más, con la desesperación cruel de unos padres con el miedo (después de que la mayoría de sus hijos volaran del nido violentamente) de que sus últimos retoños adoptados hayan decidido abandonarlos y se inicien en un proceso justo de liberación. Es prácticamente imposible narrar el transcurso de la independencia irlandesa siendo imparciales con Inglaterra, que masacró y gobernó bajo extirpación y tortura con el mismo entusiasmo que en su edad dorada. Aún así, Neil Jordan aborda el tema político de manera muy franca, con la meticulosidad de un casto historiador. Pero afortunadamente, Jordan es condenadamente humano, e impregna todas sus películas de una sensibilidad existencial de gran virtuosismo. Ninguno de los personajes es plano ni actúa como tal. Michael Collins, el “héroe” imperfecto con graves problemas de ego y disciplina, el amigo vengativo cegado por el dolor, el maestro padre enemigo que prostituye su humanidad en pos del triunfo político sin concesiones (y que resulta evidente en sus desgarradas lágrimas finales), el amigo inglés de la revolución que teme al castigo de su propia patria, los inocentes soldados prematuros de la libertad, niños dispuestos a ser ángeles del apocalipsis… todos y cada uno de los personajes se nos agarran al alma como lo que son: humanos desesperados que actúan humanamente, que aman, que odian y que temen. Michael Collins es una colosal lección de historia, y también de humanidad; un inteligente alegato a la MEMORIA histórica.

Dejando a un lado el precioso y comprensivo discurso de la película, no puedo dejar de mencionar su innegable poderío épico y un nivel de calidad audiovisual que roza la perfección. Michael Collins es entretenida y grandilocuente, en el mejor sentido de la palabra, y eso se atribuye a una excelente labor de dirección y producción. La dirección de fotografía, la banda sonora y los decorados resultan sublimes a nuestros ojos y oídos, adquiriendo, en su conjunto, la calificación merecida de Arte. Su visión del pasado no es meramente descriptiva e histórica, hay algo más, hay una sensación inherente que nos acompaña durante toda la película, una mezcla entre la exquisitez formal y la más terrible decadencia; nos transporta, literalmente, a otro mundo. Personalmente, jamás olvidaré la deprimente y acertada paleta cromática de la película (grises, azules y esmeralda) ni su virtuosa música.

Al mismo tiempo que Irlanda se libera paulatinamente, sus protagonistas caen con la misma lenta progresión en la amargura y el dolor. Los ideales y la “libertad” son imprescindibles, pero también hay otra verdad que Jordan quiere y necesita mostrarnos: que la guerra, fraguada por el motivo que sea, termina destruyendo lo que esencialmente somos y extrae de nosotros lo más vil y cruel. La pregunta que todo espectador de Michael Collins creo que ha de hacerse es ¿Vale la pena? Cualquier respuesta es legítima.

Aquí os dejo los 5 primeros minutos de la película, la batalla inicial. Atención a la banda sonora.

La vida en el cine: WIT, de Mike Nichols

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Para empezar, ya que hablamos de emociones, he decidido mencionar una película ejemplar. Hecha para la televisión, sí, pero qué más da, estremece igual. Está producida por HBO, que nos sorprende de vez en cuando con obras de intenso carácter cinematográfico rodadas para la televisión. Mike Nichols, que también encabezó el fabuloso cuento homosexual "Ángeles en América", dirige con maestría el texto teatral de Margaret Edson para la pequeña pantalla con la ayuda de una Emma Thompson en estado de gracia, tanto en su rol de protagonista como de coautora del guión. Wit relata un año de la vida de Vivian Vering, dura y fría profesora universitaria de poesía especializada en los difíciles sonetos de John Donne, que en una visita al ginecólogo le es diagnosticado un mortífero cáncer ovárico en la mayor fase de crecimiento. Accederá a someterse a un salvaje tratamiento experimental que azotará los cimientos intelectuales sobre los que se sostiene su vida y que le hará enfrentarse a la frialdad e insensibilidad con las que ha ahogado su existencia.

El texto de la genial película de Nichols rebosa valentía y arrolladores planteamientos. Un tema delicado y puntiagudo como el cáncer y la dolorosa procesión patética hacia la muerte se estrella en nuestras narices como un sutil poema de verdades y vejaciones, el martirio inhumano de una mujer que se aferra salvajemente a su poderoso intelecto para hacer frente a su propia tragedia. A diferencia de gran parte del melodrama norteamericano, "Wit" no (de)cae en el victimismo de su protagonista ni en dosis ridículas de dolor, llantos ni de gratuitas escenas gilipollescamente musicalizadas. El enorme respeto, tanto intelectual como emocional, con el que se ahonda en el martirio de esta lúcida e implacable profesora doctorada resulta un cáliz de agua fresca y pura en una industria que ya ha perdido hace tiempo su auto respeto.

Más allá de sus ingeniosos planteamientos sobre la muerte y la vida, la película narra esa verdad que se esconde detrás de la muerte, del patético marchitamiento de nuestro cuerpo caduco, de esa metáfora preciosa de John Donne y su coma final: la simplicidad del cambio, la ligereza del último suspiro y el retorno a lo que en realidad somos, una chispa que se gesta con sencillez, que se corrompe con los años y que termina de eclosionar para redimirse y volver a esa simplicidad inicial, quizás, para iluminar otra vez.

“Wit” se mantiene con asombrosa inteligencia en la fina línea del humor que roza la provocación. Otro elemento narrativo y humano para darle más importancia y significado a los temas tratados sin, a su vez, darle pompa ni suntuosidad. Además de sus metafísicos planteamientos, que son muchos (y terriblemente acertados), en la película se nos ofrece al mismo tiempo una crítica feroz a la deshumanización de los tratamientos clínicos y a la experimentación silenciosa con cobayas humanas.

Con cada vómito, con cada decepción, dolor y desgarro, Vivian Bearing, para su grandísima sorpresa, es cada vez más inteligente. Y es que es verdad, para crecer y alcanzar mayor conciencia de las cosas, hay que sufrir, y cuanto más te acercas a la muerte más sabiduría posees. Y si al final acabas besándote con ella, tu conciencia ya es desmesurada, pero es una pena, porque no la disfrutarás más que unos instantes. Es triste, pero muy hermoso.


Aquí os dejo esta escena brutal de la película, una auténtica lección.

Bievenida y propósitos.

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El Cine ha existido siempre, su esencia. Desde tiempos remotos, los seres humanos han necesitado y disfrutado las historias (algunas muy elaboradas) de los cuenta cuentos, juglares y profetas que han vagado por todas las zonas del planeta regalando a la humanidad emoción, magia, conocimiento y respuestas. Desde los cuentos árabes hasta el Popol Vuh y las leyendas caballerescas medievales. Estos magos de la imaginación y artesanos de la narración, reunían a muchas o pocas personas alrededor, físicamente sumisas ante la ficción (o realidad) embellecida que iban a disfrutar. Seguramente en un principio no era más que un entretenimiento para relajar el espíritu tras una dura jornada de trabajo, o para transmitir códigos de conducta y guías para la supervivencia. Con el paso del tiempo, este arte fue evolucionando, y arrancando cada vez más las experiencias vitales tanto de los creadores como de los transmisores. Ya no solo entretenían, si no que licuaban el alma, ayudaban a comprender, aceleraban la evolución de los sentidos y de las sensaciones. Las emociones básicas de miedo, adrenalina, terror o risa empezaron a potenciar y a mutarse en empatía, creando nuevos estados como extrañas tristezas, perturbación visceral y sobrecogimiento. Pura magia, la magia de lo irreal que se transforma en algo real en los cuerpos, mentes y espíritus de los espectadores sumisos.

Estas “distracciones” plebeyas fueron la base (en gran medida) de la música, la literatura y el teatro, que vivieron su propia evolución durante siglos, demostrando que el ser humano siempre ha necesitado mucho más que el trabajo, el dinero, la fiesta, las relaciones y el descanso. Porque el arte de contar historias, ya desde sus inicios, ha ayudado a las personas a conocerse más a sí mismas, ha descubrir el yo y exaltarlo, llenando de esta manera esa fracción de conocimiento y evolución que ocupan los sueños, la ilusión y la abstracción en el camino de las personas, fragmento indispensable junto a las enseñanzas vitales del trabajo y el amor, que conforman el crecimiento y la evolución de la raza humana como seres pensantes, capaces de hacer magia e interiorizar el volumen de la vida.

Y en los albores del siglo XX, y gracias al progreso de la tecnología y la química, nacieron la fotografía y el cine, los hermanos de sangre, cuyo uso aún era desconocido, pues solo eran una herramienta descriptiva del entorno. Pero no fue necesario mucho tiempo para que el ser humano asociara el arte de contar historias con esas técnicas modernas, y fue ahí cuando se inició otra evolución importantísima en este arte. Con las técnicas cinematográficas, el cuenta cuentos, ayudado por otros artistas y artesanos, empezó a tener a su disposición una insólita cantidad de opciones y recursos para elaborar historias nunca antes imaginadas, apoyadas y estimuladas por la luz, la música, el lenguaje físico y oral, la magia química… Ya no era indispensable evocar con palabras, sino también con estimulantes imágenes y sonidos. Introduciendo a los espectador en un mundo de inenarrable intensidad, una experiencia espiritual que podía vivirse en grupo pero que, a su vez, poseía la maravillosa capacidad de poder ser vivida al mismo tiempo de forma individual, interior, en la más absoluta intimidad.

La poesía, la narrativa, la música, el teatro, la escultura, la tecnológia, la física, la química… cedieron una porción de sus volúmenes para construir un arte que podía envolver al espectador como solo puede hacerlo la vida misma.

Bienvenidos a esta web, donde intentaremos dar esta visión del cine, más allá de lo intelectual y lo técnico, centrándonos sobre todo en lo puramente emocional, aquello de una película que no sabes si es por el uso de un contrapicado o por su relación con el pensamiento nietzscheriano, pero que te ha estremecido hasta las mismísimas entrañas haciéndote sentir y creer en cosas que en la la vida corriente a veces no tienes tiempo de percibir, de ese auténtico espejo de la existencia que se abre ante tí en la negritud de la sala: las películas.