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El rechazo de la felicidad: Tigre y Dragón

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Quien cometa el error de ver Tigre y Dragón como una mera película de aventuras muy elaborada se negará la posibilidad de enriquecerse con uno de los mejores y más tristes cuentos de amor de todos los tiempos. Ang Lee, uno de los reyes del cine de la nueva era, firma con maestría la historia de dos parejas de enamorados de la China de principios del XIX que rechazan toda posibilidad de felicidad mutua en pos de una obsesión materialista muy decadente y de un miedo abismal camuflado en respeto. Li Mu Bai, paladín y maestro en el arte de la espada, decide abandonar su vida de guerrero y dar paso a una vida de plenitud espiritual, entregando su adorada Espada Celestial al duque de Pekín. Li Mu pide a una poderosa guerrera, Yu Sha, de la cual está enamorado, que la custodie hasta que la entregue. Pero la espada, muy codiciada por algunas personas debido a su valor y extraño poder, es robada por un ladrón encapuchado discípulo de Bijien Juli, la gran enemiga de Li Mu. Paralelamente, Jen Yu, amiga de Yu Sha, muchacha joven y de familia adinerada, sufre por su cercano matrimonio concertado con un alto cargo político, enamorada de un joven ladrón del desierto que la secuestró años atrás.

La simplicidad, casi irrisoria, del argumento abreviado puede asustar. Pero hay que recordarlo: se trata de una película asiática al estilo asiático, basada en los legendarios cuentos de fantasía y brujería de la China antigua, lo que equivale a una fábula que parte de una historia algo tonta y anodina para facilitar la compresión e intensidad de un mensaje tan soberanamente profundo y complicado que con una trama profunda y complicada acabaría evaporándose instantáneamente en la mente del espectador, sin llegar nunca a iluminarlo. Lo que diferencia a Tigre y Dragón del resto de películas de aventuras y caballería (tanto asiáticas como occidentales) es precisamente la genuina visión con la que director y guionistas han sabido elevar esta estúpida trama. Y todo hay que decirlo, haciéndola arrolladoramente entretenida.

En Tigre y Dragón únicamente encontramos almas atormentadas por una actitud humana que bien podría ser sinónimo de “masoquismo”. Actitud muy presente en gran parte de la filmografía de Ang Lee (como en Banquete de Bodas o Brokeback Mountain): el rechazo deliberado de la felicidad. Tanto Li Mu como Yu Sha o Jen Yu conocen el secreto de la felicidad que llenaría de plenitud sus corazones, conocen el camino, lo ven y lo huelen, no tienen que buscarlo, pueden estar en él mediante un momentáneo acto de valor, pero el miedo, el afán materialista y la nula autoestima pueden no solo alejarnos de esa felicidad que todos ansiamos, si no también aniquilar el tiempo necesario para conseguirla. Tigre y Dragón intenta destruir en el espectador esa habilidad condenadamente desarrollada que tienen las personas de mentirse a sí mismas y de negar sinceridad a sus seres más queridos, es un aviso, un consejo, y que hace de la película un documento histórico psicológico de mucha vigencia y un poderoso cáliz de humanidad y sinceridad (insuflado además en las salas comerciales, para que nadie escape).

Por suerte para nosotros, Tigre y Dragón no se queda en una fábula preciosa. Mientras captamos progresivamente y entendemos el discurso de la película, vamos sumergiéndonos en un mundo fantástico de inenarrable belleza para todos los sentidos. Pero no se trata de una inmersión en abstracto, es que nos sumergimos de verdad. Cada color, cada acorde de música, cada escena de acción… son cosas que podemos tocar, oler, saborear y comprender. Es una de las razones por las que seguramente la película fue un éxito, porque consiguió que millones de personas salieran del cine habiendo disfrutado de una experiencia sensorial completa y muy intensa. Tan vívida que en ciertos momentos la belleza de las imágenes y del ambiente que nos envuelve puede abrumarnos en demasía; no estamos acostumbrados a tal poder de evocación y sugestión en la sala del cine. Y es una lástima, porque después de semejante azote sensorial uno quiere más, y desde Tigre y Dragón apenas ha vuelto a conseguirse. Hay un fragmento de una entrevista realizada a Tan Dun (compositor de la banda sonora) que representa bastante este asunto: “con Tigre y Dragón quería que cada nota de mi música fuera un color. Miren la película, en ella podrán ver el resultado…”.

Técnica y artísticamente la película resulta perfecta y deslumbrante. La dirección de fotografía es visionaria, poco más puede decirse de ella, desde luego va más allá de mostrarnos unos paisajes bonitos y colores muy saturados, y está íntimamente unida a la evocadora banda sonora como una pareja de amantes en plena cópula. También hay que destacar la magistral dirección artística que revive la China de la época, el psicodélico diseño de vestuario y el arrollador montaje que nos ofrece escenas de acción muy salvajes y de gran elegancia. Y por supuesto, unos actores sensacionales tan humanos y sobrios como la película, que parece tener vida propia.

Bievenida y propósitos.

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El Cine ha existido siempre, su esencia. Desde tiempos remotos, los seres humanos han necesitado y disfrutado las historias (algunas muy elaboradas) de los cuenta cuentos, juglares y profetas que han vagado por todas las zonas del planeta regalando a la humanidad emoción, magia, conocimiento y respuestas. Desde los cuentos árabes hasta el Popol Vuh y las leyendas caballerescas medievales. Estos magos de la imaginación y artesanos de la narración, reunían a muchas o pocas personas alrededor, físicamente sumisas ante la ficción (o realidad) embellecida que iban a disfrutar. Seguramente en un principio no era más que un entretenimiento para relajar el espíritu tras una dura jornada de trabajo, o para transmitir códigos de conducta y guías para la supervivencia. Con el paso del tiempo, este arte fue evolucionando, y arrancando cada vez más las experiencias vitales tanto de los creadores como de los transmisores. Ya no solo entretenían, si no que licuaban el alma, ayudaban a comprender, aceleraban la evolución de los sentidos y de las sensaciones. Las emociones básicas de miedo, adrenalina, terror o risa empezaron a potenciar y a mutarse en empatía, creando nuevos estados como extrañas tristezas, perturbación visceral y sobrecogimiento. Pura magia, la magia de lo irreal que se transforma en algo real en los cuerpos, mentes y espíritus de los espectadores sumisos.

Estas “distracciones” plebeyas fueron la base (en gran medida) de la música, la literatura y el teatro, que vivieron su propia evolución durante siglos, demostrando que el ser humano siempre ha necesitado mucho más que el trabajo, el dinero, la fiesta, las relaciones y el descanso. Porque el arte de contar historias, ya desde sus inicios, ha ayudado a las personas a conocerse más a sí mismas, ha descubrir el yo y exaltarlo, llenando de esta manera esa fracción de conocimiento y evolución que ocupan los sueños, la ilusión y la abstracción en el camino de las personas, fragmento indispensable junto a las enseñanzas vitales del trabajo y el amor, que conforman el crecimiento y la evolución de la raza humana como seres pensantes, capaces de hacer magia e interiorizar el volumen de la vida.

Y en los albores del siglo XX, y gracias al progreso de la tecnología y la química, nacieron la fotografía y el cine, los hermanos de sangre, cuyo uso aún era desconocido, pues solo eran una herramienta descriptiva del entorno. Pero no fue necesario mucho tiempo para que el ser humano asociara el arte de contar historias con esas técnicas modernas, y fue ahí cuando se inició otra evolución importantísima en este arte. Con las técnicas cinematográficas, el cuenta cuentos, ayudado por otros artistas y artesanos, empezó a tener a su disposición una insólita cantidad de opciones y recursos para elaborar historias nunca antes imaginadas, apoyadas y estimuladas por la luz, la música, el lenguaje físico y oral, la magia química… Ya no era indispensable evocar con palabras, sino también con estimulantes imágenes y sonidos. Introduciendo a los espectador en un mundo de inenarrable intensidad, una experiencia espiritual que podía vivirse en grupo pero que, a su vez, poseía la maravillosa capacidad de poder ser vivida al mismo tiempo de forma individual, interior, en la más absoluta intimidad.

La poesía, la narrativa, la música, el teatro, la escultura, la tecnológia, la física, la química… cedieron una porción de sus volúmenes para construir un arte que podía envolver al espectador como solo puede hacerlo la vida misma.

Bienvenidos a esta web, donde intentaremos dar esta visión del cine, más allá de lo intelectual y lo técnico, centrándonos sobre todo en lo puramente emocional, aquello de una película que no sabes si es por el uso de un contrapicado o por su relación con el pensamiento nietzscheriano, pero que te ha estremecido hasta las mismísimas entrañas haciéndote sentir y creer en cosas que en la la vida corriente a veces no tienes tiempo de percibir, de ese auténtico espejo de la existencia que se abre ante tí en la negritud de la sala: las películas.