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La vida en el cine IV: Michael Collins

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Michael Collins no podía iniciarse de otra manera: con el final de una batalla perdida. Otro intento fallido del hijo para liberarse de su padrastro. La ambiciosa película de Neil Jordan trata y reflexiona sobre la figura del líder político irlandés Michael Collins (interpretado magistralmente por Liam Neeson) y de su revolución a principios del siglo XX. Collins, cómo otros muchos, dejaron el estancado IRA por su incompetencia y se lanzaron a una serie de acciones de shock y presión hostil contra el gobierno inglés, iniciando una guerra que destrozaría Dublín y dejaría miles de muertos, además de conseguir la liberación parcial de Irlanda. Michael Collins es la historia de un hombre, pero también de una sociedad agónica.

El Imperialismo inglés, que sometió, como el español, a medio mundo, se muestra en la película como un personaje más, con la desesperación cruel de unos padres con el miedo (después de que la mayoría de sus hijos volaran del nido violentamente) de que sus últimos retoños adoptados hayan decidido abandonarlos y se inicien en un proceso justo de liberación. Es prácticamente imposible narrar el transcurso de la independencia irlandesa siendo imparciales con Inglaterra, que masacró y gobernó bajo extirpación y tortura con el mismo entusiasmo que en su edad dorada. Aún así, Neil Jordan aborda el tema político de manera muy franca, con la meticulosidad de un casto historiador. Pero afortunadamente, Jordan es condenadamente humano, e impregna todas sus películas de una sensibilidad existencial de gran virtuosismo. Ninguno de los personajes es plano ni actúa como tal. Michael Collins, el “héroe” imperfecto con graves problemas de ego y disciplina, el amigo vengativo cegado por el dolor, el maestro padre enemigo que prostituye su humanidad en pos del triunfo político sin concesiones (y que resulta evidente en sus desgarradas lágrimas finales), el amigo inglés de la revolución que teme al castigo de su propia patria, los inocentes soldados prematuros de la libertad, niños dispuestos a ser ángeles del apocalipsis… todos y cada uno de los personajes se nos agarran al alma como lo que son: humanos desesperados que actúan humanamente, que aman, que odian y que temen. Michael Collins es una colosal lección de historia, y también de humanidad; un inteligente alegato a la MEMORIA histórica.

Dejando a un lado el precioso y comprensivo discurso de la película, no puedo dejar de mencionar su innegable poderío épico y un nivel de calidad audiovisual que roza la perfección. Michael Collins es entretenida y grandilocuente, en el mejor sentido de la palabra, y eso se atribuye a una excelente labor de dirección y producción. La dirección de fotografía, la banda sonora y los decorados resultan sublimes a nuestros ojos y oídos, adquiriendo, en su conjunto, la calificación merecida de Arte. Su visión del pasado no es meramente descriptiva e histórica, hay algo más, hay una sensación inherente que nos acompaña durante toda la película, una mezcla entre la exquisitez formal y la más terrible decadencia; nos transporta, literalmente, a otro mundo. Personalmente, jamás olvidaré la deprimente y acertada paleta cromática de la película (grises, azules y esmeralda) ni su virtuosa música.

Al mismo tiempo que Irlanda se libera paulatinamente, sus protagonistas caen con la misma lenta progresión en la amargura y el dolor. Los ideales y la “libertad” son imprescindibles, pero también hay otra verdad que Jordan quiere y necesita mostrarnos: que la guerra, fraguada por el motivo que sea, termina destruyendo lo que esencialmente somos y extrae de nosotros lo más vil y cruel. La pregunta que todo espectador de Michael Collins creo que ha de hacerse es ¿Vale la pena? Cualquier respuesta es legítima.

Aquí os dejo los 5 primeros minutos de la película, la batalla inicial. Atención a la banda sonora.

Bievenida y propósitos.

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El Cine ha existido siempre, su esencia. Desde tiempos remotos, los seres humanos han necesitado y disfrutado las historias (algunas muy elaboradas) de los cuenta cuentos, juglares y profetas que han vagado por todas las zonas del planeta regalando a la humanidad emoción, magia, conocimiento y respuestas. Desde los cuentos árabes hasta el Popol Vuh y las leyendas caballerescas medievales. Estos magos de la imaginación y artesanos de la narración, reunían a muchas o pocas personas alrededor, físicamente sumisas ante la ficción (o realidad) embellecida que iban a disfrutar. Seguramente en un principio no era más que un entretenimiento para relajar el espíritu tras una dura jornada de trabajo, o para transmitir códigos de conducta y guías para la supervivencia. Con el paso del tiempo, este arte fue evolucionando, y arrancando cada vez más las experiencias vitales tanto de los creadores como de los transmisores. Ya no solo entretenían, si no que licuaban el alma, ayudaban a comprender, aceleraban la evolución de los sentidos y de las sensaciones. Las emociones básicas de miedo, adrenalina, terror o risa empezaron a potenciar y a mutarse en empatía, creando nuevos estados como extrañas tristezas, perturbación visceral y sobrecogimiento. Pura magia, la magia de lo irreal que se transforma en algo real en los cuerpos, mentes y espíritus de los espectadores sumisos.

Estas “distracciones” plebeyas fueron la base (en gran medida) de la música, la literatura y el teatro, que vivieron su propia evolución durante siglos, demostrando que el ser humano siempre ha necesitado mucho más que el trabajo, el dinero, la fiesta, las relaciones y el descanso. Porque el arte de contar historias, ya desde sus inicios, ha ayudado a las personas a conocerse más a sí mismas, ha descubrir el yo y exaltarlo, llenando de esta manera esa fracción de conocimiento y evolución que ocupan los sueños, la ilusión y la abstracción en el camino de las personas, fragmento indispensable junto a las enseñanzas vitales del trabajo y el amor, que conforman el crecimiento y la evolución de la raza humana como seres pensantes, capaces de hacer magia e interiorizar el volumen de la vida.

Y en los albores del siglo XX, y gracias al progreso de la tecnología y la química, nacieron la fotografía y el cine, los hermanos de sangre, cuyo uso aún era desconocido, pues solo eran una herramienta descriptiva del entorno. Pero no fue necesario mucho tiempo para que el ser humano asociara el arte de contar historias con esas técnicas modernas, y fue ahí cuando se inició otra evolución importantísima en este arte. Con las técnicas cinematográficas, el cuenta cuentos, ayudado por otros artistas y artesanos, empezó a tener a su disposición una insólita cantidad de opciones y recursos para elaborar historias nunca antes imaginadas, apoyadas y estimuladas por la luz, la música, el lenguaje físico y oral, la magia química… Ya no era indispensable evocar con palabras, sino también con estimulantes imágenes y sonidos. Introduciendo a los espectador en un mundo de inenarrable intensidad, una experiencia espiritual que podía vivirse en grupo pero que, a su vez, poseía la maravillosa capacidad de poder ser vivida al mismo tiempo de forma individual, interior, en la más absoluta intimidad.

La poesía, la narrativa, la música, el teatro, la escultura, la tecnológia, la física, la química… cedieron una porción de sus volúmenes para construir un arte que podía envolver al espectador como solo puede hacerlo la vida misma.

Bienvenidos a esta web, donde intentaremos dar esta visión del cine, más allá de lo intelectual y lo técnico, centrándonos sobre todo en lo puramente emocional, aquello de una película que no sabes si es por el uso de un contrapicado o por su relación con el pensamiento nietzscheriano, pero que te ha estremecido hasta las mismísimas entrañas haciéndote sentir y creer en cosas que en la la vida corriente a veces no tienes tiempo de percibir, de ese auténtico espejo de la existencia que se abre ante tí en la negritud de la sala: las películas.