Para reírse mucho y bien: Lluvia de Albóndigas.

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Hace ya unos años, el fallido documental Super Size Me dio pie a un número considerable de películas que criticaban la obsesión por la comida basura y los hábitos alimenticios de occidente. Algunas mediante el análisis más serio, otros con un toque de comedia. Ninguna de ellas, sin embargo, alcanza ni de lejos el lúcido descaro de esta pequeña joya de animación gástrica que nos ha regalado (sorprendentemente y sin ser Pixar) la otra gran McDonald's: Hollywood. Basándose en el cuento fantástico de Judi Barrett, Lluvía de Albóndigas (cuyo título original por desgracia se perdió en la traducción: Cloudy with a Chance of Meatballs) nos ofrece una trama típica de superación personal y niños frikis marginados en plena crisis existencial, abrigados por la decadencia en auge de los valores de una sociedad que se pirra por la rapidez y el mínimo esfuerzo. Flint, un joven científico obsesionado con inventar algo que funcione y le haga famoso, ve la oportunidad de éxito cuándo su diminuto pueblo se sume en la miseria tras el cierre de su única fuente de ingresos: la manufactura de sardinas enlatadas. Tras años de monótono menú a base de excedentes de sardinas, Flint creará una súper máquina capaz de transformar, de forma instantánea, el agua en cualquier clase de comida, así como transformar la estabilidad atmosférica de la Tierra en la mayor catástrofe que el ser humano haya concebido jamás.

Con semejante argumento en manos de talentosos profesionales, no es de extrañar que los prejuicios que uno pueda tener vayan disipándose por completo minuto tras minuto de metraje. Los directores y guionistas Phillip Lord y Chris Miller dan con la forma perfecta para estructurar el mejor y más contundente discurso crítico proyectado en un cine sobre la comida basura y otras muchas cosas íntimamente ligadas al consumo en exceso de productos rápidos. Claro que podría haber sido más contundente, pero Lluvia de albóndigas (por suerte) no es como las amarillentas películas de Michael Moore; es un espectáculo de masas, y la mejor manera de educarlas es dándole lo que quieren (o creen querer): acción y aventura.

Asistimos, por tanto, a un espectáculo épico de elaboradas maravillas visuales y movido ritmo. Poco a poco, los hilarantes gags pasan de la risa a la carcajada limpia, homenajeando y ridiculizando los tópicos más célebres de las películas de acción y catástrofes (Twister, Indepence Day, Armaggedon, Dante's Peak...) con notable inteligencia y una elegancia que se mantiene hasta sus preciosos títulos finales. En nuestra memoria quedará para siempre el terrible estreno mundial de una novata chica del tiempo y el necesario cachondeo posterior.


Y muchos se preguntan, ¿Qué la diferencia de una de Pixar? Pues su falta absoluta de pretensiones artísticas y su brillante parecido a lo mejor del cine de los 80. Claro que podía ser aún mejor, no es una película perfecta y tiene momentos de pura emoción yanqui, pero consigue que nos riamos muchísimo de nosotros mismos. Y viendo como anda el panorama, es un gustazo muy sano.

Es una pena que se la pueda menospreciar por su carencia absoluta de seriedad ante un tema social realmente preocupante y por su pésima campaña publicitaria, aunque poco importa, porque Lluvia de albóndigas se dirige a un público más bien infantil que asimilará a la perfección las tajantes premisas de la película. Y con el tiempo, quizá esa generación empezará a mirar todo lo que tiene y cuánto le rodea y entenderá que nada de eso cae del cielo, que el paraíso no existe, y que si lo manufacturamos será siempre pagando una salvajada, a plazos y con asquerosos intereses.

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