Posted in Bette Davis , Locura , Miguel Galvan , Terror
Tras el éxito de público y crítica de la soberbia ¿Qué fue de baby Jane?, el director Robert Aldrich y la inmortal Bette Davis hicieron dueto nuevamente para dar forma a otra esperpéntica historia de misterio con una protagonista sumida en la más absoluta demencia. En los años 20, se celebra una gran fiesta en una de las grandes mansiones de la zona sureña de EEUU. La dulce y adolescente Charlotte, cuyo padre se ha enterado del affair de su hija con un hombre casado, encuentra a su amante decapitado y sin la mano derecha. Décadas después, Charlotte es una anciana demente, sola y marginada en su mansión por una sociedad que la ha acusó siempre por el terrible asesinato. Enamorada de su difunto amante y trastornada por unos acontecimientos demasiado siniestros para una niña, la llegada a su casa de su misteriosa prima reavivará en Charlotte los horrores del pasado y la enfrentarán cruelmente a una verdad escalofriante.
Con Canción de cuna para un cadáver (Hush Hush… sweet Charlotte), Aldrich y Davis culminaron su díptico sobre el esperpento y la locura, una joya bizárrica y exótica que no dejó (ni deja) indiferente a nadie. Si ¿Qué fue de Baby Jane? exploraba el lado más grotesco y cruel de la locura, Canción de cuna para un cadáver ahonda en su parte más dramática. Obsesionado con el Peter Panismo y la degradación visual de Bette Davis, Robert Aldrich nos presenta a una Charlotte aún anclada en la edad en la que se produjo el crimen y el eterno shock que sufrió su cerebro. Una niñita mimada de 70 años atormentada constantemente por el pasado sin posibilidad alguna de madurar ni afrontar. Odiada por todos, torturada y utilizada. Su único contacto con el ser humano es du fiel criada, en cuya extravagante y excesiva personalidad vemos reflejados los años de aislamiento con su loca ama, en una gran mansión que decae y se pudre por momentos.
Canción de cuna para un cadáver, consciente de su propia monstruosidad, fluctúa constantemente entre el terror, el drama y la comedia del humor más negro posible, sin llegar a ser ninguno de esos tres géneros. Aunque la fusión entre ellos resulta escalofriante, pues ese caos de enfoque cinematográfico aumenta en el espectador su empatía hacia la esquizofrenia de Charlotte, que es incapaz de saber qué está ocurriendo a su alrededor, hecho que se potencia con unos giros de guión alucinantes e inesperados que terminarán por confundirnos. Hay que destacar su maravilloso ambiente expresionista, que reparte sombras y luz ultra contrastada con una lucidez aterradora; técnica que se llevará al extremo para mostrarnos la mansión de Charlotte como un burbuja temporal muy siniestra y sumergida en el pasado, fiel reflejo de su misma propietaria.
La interpretación de Bette Davis es extrema y poderosa, grotesca cómo exigía su personaje. Tanto, que nos hace dudar (cómo en ¿Qué fue de Baby Janes?) de si la actriz no estaba realmente como una chota. A su lado tenemos una de las decisiones de casting más lúcidas de la historia, Olivia de Havilland (marcada para siempre como la eterna mujer buena y generosa de Lo que el viento se llevó) que interpreta con una fuerza insólita el papel de suma villana. Un cínico y burlesco Joseph Cotten y una colosal Agnes Moorehead como la fiel criada (ganadora del Globo de Oro por ésta película), completan un reparto magnífico y sobrecogedor.
Canción de cuna para un cadáver quedará entre los paradigmas cinematográficos de una forma de hacer cine que ya ha desaparecido y que merece la pena recordar alguna vez.
Aquí os dejo un pequeño fragmento de la película, la sarta de bofetadas más maravillosa que hayamos podido ver.
Con Canción de cuna para un cadáver (Hush Hush… sweet Charlotte), Aldrich y Davis culminaron su díptico sobre el esperpento y la locura, una joya bizárrica y exótica que no dejó (ni deja) indiferente a nadie. Si ¿Qué fue de Baby Jane? exploraba el lado más grotesco y cruel de la locura, Canción de cuna para un cadáver ahonda en su parte más dramática. Obsesionado con el Peter Panismo y la degradación visual de Bette Davis, Robert Aldrich nos presenta a una Charlotte aún anclada en la edad en la que se produjo el crimen y el eterno shock que sufrió su cerebro. Una niñita mimada de 70 años atormentada constantemente por el pasado sin posibilidad alguna de madurar ni afrontar. Odiada por todos, torturada y utilizada. Su único contacto con el ser humano es du fiel criada, en cuya extravagante y excesiva personalidad vemos reflejados los años de aislamiento con su loca ama, en una gran mansión que decae y se pudre por momentos.
Canción de cuna para un cadáver, consciente de su propia monstruosidad, fluctúa constantemente entre el terror, el drama y la comedia del humor más negro posible, sin llegar a ser ninguno de esos tres géneros. Aunque la fusión entre ellos resulta escalofriante, pues ese caos de enfoque cinematográfico aumenta en el espectador su empatía hacia la esquizofrenia de Charlotte, que es incapaz de saber qué está ocurriendo a su alrededor, hecho que se potencia con unos giros de guión alucinantes e inesperados que terminarán por confundirnos. Hay que destacar su maravilloso ambiente expresionista, que reparte sombras y luz ultra contrastada con una lucidez aterradora; técnica que se llevará al extremo para mostrarnos la mansión de Charlotte como un burbuja temporal muy siniestra y sumergida en el pasado, fiel reflejo de su misma propietaria.
La interpretación de Bette Davis es extrema y poderosa, grotesca cómo exigía su personaje. Tanto, que nos hace dudar (cómo en ¿Qué fue de Baby Janes?) de si la actriz no estaba realmente como una chota. A su lado tenemos una de las decisiones de casting más lúcidas de la historia, Olivia de Havilland (marcada para siempre como la eterna mujer buena y generosa de Lo que el viento se llevó) que interpreta con una fuerza insólita el papel de suma villana. Un cínico y burlesco Joseph Cotten y una colosal Agnes Moorehead como la fiel criada (ganadora del Globo de Oro por ésta película), completan un reparto magnífico y sobrecogedor.
Canción de cuna para un cadáver quedará entre los paradigmas cinematográficos de una forma de hacer cine que ya ha desaparecido y que merece la pena recordar alguna vez.
Aquí os dejo un pequeño fragmento de la película, la sarta de bofetadas más maravillosa que hayamos podido ver.
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