Microcosmos (le peuple de l'herbe)

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Desde hace más o menos una década, los documentales de naturaleza han sido marginados a las tardes de domingo para inaugurar una deliciosa siesta. Cuando pensamos en ellos, nos viene a la cabeza la serie de National Geographic o los documentales del canal Odisea, a los que acude mucha juventud para acompañar sus sesiones marihuanescas. Pero existe todavía una extraordinaria fracción de los documentales de naturaleza que sobrevive tímidamente al sobresaturado género televisivo: los cinematográficos. Será por su notablemente más caro coste de producción (qué solo es posible afrontar cuándo se tienen realmente muchas ganas) lo que seguramente haya propiciado la creación de documentales cuya función no es únicamente mostrarnos una realidad natural y científica, si no ir más allá de la clasificación latina y adentrarse en los profundos y peligrosos límites de la belleza y la poesía. Usar la evidencia científica y biológica para apoyarse en un ensayo profundo (a veces incluso filosófico) sobre la vida y sus formas, fascinándonos sin remisión ante una realidad que se transforma en magia. Estos documentales son el giro de tuerca del género, una visión casi mística de la sofisticada vida “primitiva” que nos ayuda a entender y amar aquello que nos rodea y que siempre ha estado allí, y no por obligaciones ecologistas, ni por respeto, si no por la sencilla y humilde fascinación que debe atraparnos al contemplar la hermosa y cruda realidad de la vida descontaminada de todo atributo superficial. Cómo dicen muchos, la belleza de lo práctico, de lo que “es” porque no puede ser de otra forma.

Deep Blue, Nómadas del viento, El viaje del Emperador o incluso las series de tv Planeta Tierra y Naturaleza Salvaje, son algunos ejemplos extraordinarios de hacer CINE con unos actores y decorados tan perfectos que la mano del hombre no podrá superar jamás. Ninguno de los títulos anteriormente mencionados, sin embargo, alcanza la belleza poética de una pequeña obra de arte filmada en 1996 en manos de una pareja de lúcidos biólogos y cineastas que captaron con sensible paciencia la explosión de vida que se da en una diminuta parcela de campo del pre-Pirineo francés: Microcosmos (le peuple de l’herbe).

Mediante una serie de novedosos y apabullantes procedimientos técnicos (merecidamente galardonados con el Technichal grand prize del festival de Cannes y 5 premios César), Claude Nuridsany y Marie Pérennou filmaron al detalle la vida en “miniatura” absolutamente en todas sus facetas, trasladándola (quizá sin pretenderlo) al terreno filosófico de la esencia de toda vida, incluyendo, naturalmente, la humana. En Microcosmos se nos divide la existencia en capítulos de una sencillez muy agradecida. Vemos el Amor materializado en la cópula entre caracoles, la eterna Lucha en el combate de escarabajos, el Crecimiento en la lenta evolución de la vegetación, la Muerte y el Caos en la catastrófica tormenta de lluvia y viento… ; todo envuelto por una visión realmente cinematográfica de los acontecimientos, utilizando todos los recursos narrativos del cine (guión, luz, sonido, música, planos, enfoque y montaje) perfectamente calculados para ofrecernos un espectáculo épico sin precedentes (y sin trampa).

Y es que, al margen de sus pretensiones temáticas, Microcosmos es también un filme poderosamente entretenido, estructurado como la clásica historia de vidas cruzadas con un reparto coral de fascinantes y preciosos personajes. La excelente y sugestiva calidad estética de la película se da en gran parte por su exquisita fotografía, una cámara prodigiosa (se llevaron las técnicas de fotografía macro a sus últimas consecuencias) y por la memorable e insólita banda sonora compuesta por Bruno Coulais, que termina de dar el toque necesario para que Microcosmos, entre muchas otras cosas, sea un verdadero cuento de hadas. También cabe destacar el montaje de F.Ricard y M.Yoyotte, que lograron (y de qué manera) dar orden a las docenas de horas filmadas de este crisol natural regalándonos una película entretenidísima, y el diseño sonoro de Bernard Leroux porque, y esto bien sabido, nunca antes en toda la historia del cine una película documental se ha oído como ésta; no sólo vemos a las criaturas tan grandes como gigantes de película de aventuras, sino que los oímos pisar y respirar como tales.

Microcosmos es un baile continuo, una danza que pasa de la vida a la muerte, de lo vistoso a lo feo, del sexo al asesinato, de lo corriente a lo exótico…, bajo una mirada que lo observa todo con naturalidad y comprensión, que sabe y nos hace saber que la vida es todo eso y más, y que parte de su belleza reside en la diferencia y la variedad. Microcosmos nos demuestra tajantemente que en la sencillez de lo práctico puede residir la más arrebatadora de las bellezas, una magia muy real que cautiva con una premisa que nos llena de necesario optimismo: que la vida, como el amor, se alimenta de sí misma, y que no tiene otra finalidad que perpetuarse de una forma imparable e infinita.

Aquí os dejo una bellísima escena de la película con su banda sonora.

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...traigo
sangre
de
la
tarde
herida
en
la
mano
y
una
vela
de
mi
corazón
para
invitarte
y
darte
este
alma
que
viene
para
compartir
contigo
tu
bello
blog
con
un
ramillete
de
oro
y
claveles
dentro...


desde mis
HORAS ROTAS
Y AULA DE PAZ


TE SIGO TU BLOG
CINEMOCIÓN



CON saludos de la luna al
reflejarse en el mar de la
poesía...


AFECTUOSAMENTE
CINEMOCIÓN

DESEANDOOS UNAS FIESTAS ENTRAÑABLES DE NAVIDAD 2009 ESPERO OS AGRADE EL POST POETIZADO DE CREPUSCULO.

José
ramón...

;) Gracias

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